lunes, 25 de diciembre de 2017

Pesebre


La noche que retorna el día,
el día que retorna la carne labrada por el mundo,
el mundo que va a beber cafeína caliente
para derretir la frialdad que congeló las lenguas, 
soy el vestigio que entrevé, sutil pero indudablemente
en el amanecer de los oboes de Vivladi
el comienzo de lo definitivo.

Las luces y las sombras se mueven contra la pared
como si el viento de los oboes determinaran el ritmo,
fuera un pájaro tempranero chilla lo que lanzo en él,
toda la luz de un cuerpo acrecentado por la ira del agua,
el verbo atorado en el fondo de la garganta
me mira directamente a los ojos,
deben ser las 4 y media am
y su mirada arde delicadamente,
escinde lo que no termina de irse y lo que no acaba de llegar,
mientras tanto en el cuarto caben
un bosque, un libro que no acabo de leer,
nada que no pueda hacer un poeta y una musa,
frente al espejo estrellas destrenzándose,
pliegues por ser descifrados,
su corazón y el mío
que se oponen entre sí en silencios gemelos,
entonces nazco en un pesebre.















   


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